Hoy en día el reciclaje y el desarrollo sostenible de productos está en boca de todos, pero en los años 60 este concepto era toda una novedad, y es precisamente en 1960 cuando el nieto del fundador de Heineken, y CEO de la empresa en aquel entonces, Freddy Heineken, tuvo una prometedora idea mientras visitaba la factoría de su cerveza en Curaçao, una pequeña isla caribeña perteneciente a la corona holandesa. Observó que muchas de las botellas acaban acumulándose en las playas de la isla debido a la poca concienciación de los habitantes en materia de reciclaje y también a la falta de infraestructuras para la devolución de las botellas a las plantas embotelladoras. Pensó que todo sería más fácil si las botellas vacías pudieran ser usadas para algo útil por la población… y que quizá estas podrían ser convertidas en material de construcción. 

 

Contó su idea al arquitecto holandés John Habraken, y le pidió que diseñara un envase para la cerveza que luego pudiera servir como ladrillo. Y tres años se pasó este pensando y diseñando el envase ideal,  hasta que dio con un resultado satisfactorio: ligero, estético, y que a la vez podía usarse para hacer paredes, encajando unas botellas con otras. El cuello de la botella se hizo lo más corto posible, y encajaba perfectamente con un hueco en la parte de debajo de la siguiente botella. Se lo enseñó a Freddy y ambos convinieron en que gracias a esta idea serían los pioneros del diseño ecológico, y además la idea les serviría no sólo para mejorar el mundo, sino para situar a Heineken en la mente de los consumidores como una marca que se preocupa por el bienestar de las personas.

 

La botella se bautizó como Heineken WOBO – (por “World Bottle”)

 

La idea desde el punto de vista ecológico era buena, pero por diversas razones las botellas no pasaron la criba del departamento de marketing de Heineken: En los primeros prototipos no había una concordancia entre el coste de producción y el beneficio, en otros la imagen de la botella no coincidía con la idónea para el público objetivo… en el prototipo final simplemente tuvieron que rendirse ante la obviedad de que los consumidores preferían la botella cilíndrica, más fácil de sujetar. Sólo hay dos estructuras en el mundo hechas con estas botellas, que de hecho se han convertido en un caro objeto de coleccionista ya que se produjo una tirada muy pequeña, las dos son pruebas que se hicieron en Holanda, y las WOBO nunca llegaron a producirse fuera.

 

En 2008 una compañía francesa de diseño volvió a retomar la idea de las WOBO, creando la Heineken Cube, unas botellas más fáciles de apilar por su forma cúbica, con la intención de ahorrar espacio de almacenaje y por tanto costes. La idea sigue hoy en día en estado de prototipo. Parece que aún tendremos que esperar a que Heineken encuentre su botella cuadrada ideal, y que esta a su vez guste a los consumidores.  

 

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